Por: Héctor Pineda S. *

"Seguramente, como en otros asuntos del igualitarismo, satanizaran los baños mixtos. No faltará el referendo puritano, con procesiones, jaculatorias y sahumerios, exorcizando a los impíos de la igualdad entre los sexos".

El manual de urbanidad practicado durante la escuela elemental, con rigor, enseñaba que se debía levantar la mano y solicitar permiso para ir al baño. La necesidad a resolver, indicaba la letra de las buenas costumbres, debía guardarse con absoluta discreción. Al ingresar nuevamente al aula de clases, según el resplandor del rostro (adicional al tiempo de demora), era el indicio que, sin decirlo, revelaba con precisión la urgencia resuelta. Los comentarios, por supuesto, en voz baja, corrían de pupitre en pupitre, en medio de risas contenidas.  La queja en voz alta o el tropel de los puñetazos, finalmente,  sacaban a la plena luz pública el colofón del habitual matoneo de la escuela de entonces en la que se debía tener la fuerza de continencia para orinar, en las horas de recreo, desde la rama más alta del Roble florecido o escribir el nombre completo en la arena reseca. “Dar del cuerpo”, como dicen los paisas, era impensable. Aviones de papel, “fututos” y semillas secas de frutos tropicales, entre otras, estropeaban la concentración. Aguantar era la norma.

Estos recuerdos de los baños en la escuela, ubicados en los finales del corredor de las aulas dispuestas unas tras otras, seguidas de la hilera de grifos par beber agua, me llegan a la memoria a propósito del debate que ha surgido por la decisión de implementar directrices de las autoridades educativas sobre igualdad en los baños, de niños y niñas o mixtos. Guardianes de credos y preceptos religiosos han puesto el grito en el cielo con afirmaciones, sin piso científico, con respecto de la inducción a determinada opción sexual “indebida”. Dicen que los baños mixtos promueven la homosexualidad, estimulan conductas promiscuas o puede causar enfermedades de transmisión sexual, entre otras muchas afirmaciones, producto más de cánones de catecismos religiosos y ficciones sobre la conducta sexual humana, alejadas de lo que la ciencia y los estudios dicen al respecto.

Escarbando en los recuerdos, en los tiempos de la adolescencia, al final de las tres hileras de veinticinco camas cada una, perfectamente alineadas, se abría el ancho arco sin puertas que llevaba a la hilera de regaderas (duchas) del baño colectivo del internado. Años más tarde, en un paso fugaz por la cárcel acusado del delito de rebelión, me percaté de la enorme semejanza de los baños del panóptico y del internado en el Seminario, donde dejé iniciada la carrera del sacerdocio. El muro de calados en forma de figuras geométricas,  dejaban pasar la brisa helada de los amaneceres de los primeros días del mes de enero. El viento silbando por los resquicios, vistiendo pantalonetas holgadas,  estimulaban el baño ligero. En la cárcel, con los ojos abiertos, la ducha en plena madrugada se tomaba  “empelota”. El pudor no existía y las líneas fronterizas se trazaban sin palabras, con gestos de advertencia. En cada ducha se jugaba la vida. En uno y otro lugar, recuerdo, habían miradas de acecho, gestualidades e insinuaciones. Los abrazos, los besos y embojotadas de cuerpos mojados, aunque prohibidos por las normas y códigos, se realizaban aunque no existían baños mixtos. El reguero de los desahogos solitarios, después del rito religioso impregnado del aroma de las colegialas, quedaba adherido al damero de la cerámica impermeable.  El ojo inquisidor del “Padre Catequista”, actuaba como freno inservible a los ímpetus hormonales de la adolescencia o, a veces era el ojo voyerista del predador al acecho de la presa.

Seguramente, como en otros asuntos del igualitarismo, satanizaran los baños mixtos. No faltará el referendo puritano, con procesiones, jaculatorias y sahumerios, exorcizando a los impíos de la igualdad entre los sexos.

*Constituyente

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