Los anuncios del departamento de Estado de los Estados Unidos, de las comisiones de “guerra” de su Congreso y, así mismo, de los funcionarios colombianos, del presidente Uribe  para abajo, de insistir en la “lluvia de glifosato” en los parques naturales de Colombia, e incluidas en ellos,  las zonas cafeteras colindantes, rememora la triste historia  en torno a la defensa y preservación de los recursos naturales nacionales.

 

Cuando las riquezas no se entregan a compañías extranjeras y en particular  a las norteamericanas para que entren a saco sobre ellas, como en el petróleo, bajo modalidades casi coloniales como la concesión, como en el gas, donde los contratos  se amañan para favorecer las tasas de retorno privadas foráneas a porcentajes de usura en detrimento de las posibilidades públicas nacionales, o como sucederá con el carbón en el ALCA y el TLC; se inician acciones de “destrucción masiva”  sobre el patrimonio natural público como las que causan las aspersiones por vía aérea de glifosato sobre la biodiversidad animal y vegetal, natural y construida,  y sobre los seres humanos que están en el entorno.

 

Son operaciones de “pérdida no selectiva” donde sólo las empresas gringas ganan: la MONSANTO,  filial de PFIZER, firma insignia del CITYGROUP, presidida por William Rhodes, mandamás en el influyente Council of Americas, que vende el tóxico, y contratistas que lo riegan como la DAYTON CORP, también  beneficiaria de contratos en Irak. Son parte de la estrategia imperial de saquear y destruir, enfocada en un militarismo que muestra ya una posición declinante basada paulatinamente en mayores imposiciones forzosas y en la cual colaboran las burocracias de las neocolonias.   

 

Algo que se ha decidido  arrasar son los sistemas ecológicos que rodean a las regiones cafeteras escogidas para ser fumigadas por supuesta presencia de coca. Para el caso del oriente de Caldas, el profesor universitario Andrés Felipe Betancourth hizo  una descripción de la Selva de Florencia, el ordenamiento natural más importante de la zona, por ser, entre otras, área de nacimiento de principales fuentes hídricas. “Se localiza sobre la vertiente oriental de la cordillera central…constituyendo el último fragmento de bosque pluvial andino en esta formación montañosa. Su relieve es escarpado y su precipitación supera los 7.000 milímetros anuales. La información cartográfica existente indica que en los últimos cuarenta años la superficie selvática se ha reducido de más de 11.000 hectáreas a sólo cerca de 5.000…”

 

“La riqueza biológica de la Selva es incuestionable. Los inventarios realizados concluyen que el total de especies de flora es de 240, las cuales se distribuyen en 71 familias. Se presentan serios indicios de similitud con la comunidad vegetal predominante en el sistema selvático del Choco Biogeográfico, pero también con elementos biológicos del valle del Magdalena. Del inventario de especies de flora resaltan varias especies endémicas y declaradas en algún grado de amenaza y además se tienen indicios de al menos dos nuevas especies…” 

 

“En relación con la fauna, se han establecido más de 42 especies de mamíferos y se han llegado a cuantificar 52 especies de anfibios y reptiles por km2. En cuanto a aves, se han identificado 231 especies, algunas de las cuales no se habían reportado antes en los Andes, otras son endémicas y otras cuantas en peligro de extinción. Esta última condición, le ha valido a la Selva de Florencia la reciente declaratoria como Área de Importancia para la Conservación de las Aves…”

 

En las estribaciones de la Selva y su zona amortiguadora se asientan aproximadamente 300 familias, cuyos cultivos, viviendas, escuelas, caminos y carreteras generan una presión en contra de la extensión boscosa natural. Los campesinos de la región trabajan sus tierras bajo sistemas de subsistencia utilizando el modelo tradicional de tumba y quema. Además extraen los recursos leñosos para utilizarlos principalmente como leña, material para construcción y “estaconado” para cercos… Las restricciones de acceso a los mercados, el alto grado de inversión de mano de obra y la poca capacidad de inversión de capital, determinan la baja eficiencia de los sistemas de producción agropecuaria locales y la pobreza crítica de los pobladores…”

 

Cuando en Washington se deciden las acciones de “destrucción masiva” contra  la riqueza natural y la pobreza humana en Colombia parece  escaparse que entre la juventud gringa, contrario a las señales equívocas que se emiten, la primera adicción por edad y por cantidad es a la marihuana y la segunda a los alucinógenos. En una evaluación de finales del siglo XX, el promedio de inicio para estos  dos narcóticos era en jóvenes de apenas 17 años a quienes los proveían 55.229 parcelas y 232.839 plantas bajo techo así como laboratorios que producen  2.200 kilos de anfetaminas.

 

En el debate que acerca del rociado de glifosato sobre la geografía colombiana, se dará en el Senado de Colombia el 30 de marzo, cabría, en la lógica de la “seguridad preventiva”, pensar cómo los colombianos podríamos resarcirnos por nuestros muchachos que también consumen esas “mercancías” importadas; acaso ¿alguien puede sugerir algo que compense eso así como las lesiones causadas por el glifosato, que es como “Tío Sam” destruye la oferta “venenosa” que daña su “pulcra civilización”?

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