En tiempos primitivos la luna brillaba demasiado, tanto, que la gente no podía dormir y vivía muy aburrida. Jinopotabar, indio nacido de la pierna de una india, crecía y crecía más todos los días, y mientras más crecía, más aborrecía a la luna porque no lo dejaba dormir de noche con su demasiada luz; un día, cansado de maldecirla internamente, tuvo un fuerte altercado con ella y la amenazó con tumbarla si no dejaba de brillar tanto. La luna se rió de sus impertinencias y, desde luego, no le hizo caso.

 

Jinopotabar se enfureció y corrió a cortar una guadua, la cual colocó de punta dentro de una olla; acto seguido empezó a subirse por ella y a medida que lo iba haciendo, iba ordenando a la guadua que creciera y creciera, y creció tanto que llegó hasta el borde de la luna; una vez allí se puso a pelear con ella. 

 

El combate fue muy rudo, pero al fin Jinopotabar pudo cogerla por un instante y le dijo:

 

-  Voy a tirarte a la tierra para que no brilles tanto.

 

Y la luna se volvió a envalentonar para no dejarse arrojar; viendo el indio que no podía tumbarla, optó por arañarle los ojos y los arañó tanto que perdieron parte de su brillo y ya no ilumina como antes.

 

Mientras tanto, sus paisanos lo observaban desde la tierra y sintieron envidia al verlo encima de la luna.

 

-Tumbemos la escalera para que no vuelva –dijeron algunos, y los demás aceptaron gustosos y procedieron a cortarla. Jinopotabar tuvo que permanecer en la luna y con el tiempo empezó a sentir hambre.

 

-¿Cómo podré bajarme? –se preguntó un día y se puso a cavilar.

 

-Bajaré encima de lana de balso que es muy livianita –y empezó a juntar una buena cantidad.

 

Cuando juzgó que tenía suficiente, se acomodó sobre ella, se lanzó al vacío y empezó a flotar, pero al poco tiempo un fuerte viento lo volvió a llevar hasta la luna; nuestro héroe no se desanimó por su primer fracaso y volvió a pensar.

 

-Ya sé; no necesito de nada; me arrojaré y como soy pesado, caeré como una piedra.

 

Y así lo hizo, y cayó sobre la tierra, y fue tan fuerte el golpe la perforó y fue a salir al otro lado, a otro mundo donde las gentes dormían de día y cazaban y trabajaban de noche.

 

Después de vencer infinidad de obstáculos y ser guiado por distintas aves, llegó hasta un lugar situado muy lejos de donde había caído, observó una cueva, penetró por ella y al salir vio una chorrera semejante a la que él acostumbraba ir a bañarse; emprendió entonces veloz carrera y emocionado llegó hasta su casa donde su mujer quien, después de pasar el susto producido por su intempestiva llegada, corrió y se confundió en un abrazo con su esposo. 

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