Con la comida sucede a menudo que cuanto más pobre, más rica. La sopa de cebolla no la creó ningún célebre cocinero. Ni tampoco el pastel de manzana... 

Pero ahora llega la noticia de que las remotas tribus de los densos bosques tropicales o las heladas tierras polares son los guardianes de un valioso tesoro de alimentos nutritivos y saludables -muchos con propiedades extraordinarias- que sociedades más prósperas sólo pueden envidiar.

Éste es uno de los principales descubrimientos de un libro de reciente aparición, Sistemas alimentarios de los pueblos indígenas (Indigenous People's Food Systems), publicado de forma conjunta por la FAO y el Centro para la Nutrición y el Medio Ambiente de los Pueblos Indígenas (CINE, por sus siglas en inglés) de la Universidad McGill. "Este libro muestra el valor del conocimiento en las comunidades indígenas en diversos ecosistemas, y la riqueza de sus recursos alimentarios", afirma Barbara Burlingame, Oficial Superior de Nutrición de la FAO del Grupo de Estimación y Evaluación de las Repercusiones de la Nutrición.

Hábitat en desaparición

La mala noticia es que, a medida que retroceden los hábitat salvajes bajo las presiones económicas y la globalización estandariza cada vez más los modos de vida, estos alimentos indígenas están desapareciendo rápidamente, junto con las dietas que en su día mantenían a estas tribus sanas y esbeltas.

Sin embargo los investigadores del libro descubrieron que, en la comunidad Karen de Sanephong, cerca de la frontera birmana en Tailandia, 661 habitantes todavía pueden elegir entre 387 especies alimentarias, entre las que se incluyen la calabaza blanca, el albopán y la oreja de arbol (también denominado hongo de madera, ndr). La cocina local contaba con numerosas especialidades deliciosas que no pueden encontrarse fácilmente en nuestro restaurante favorito, como la rana toro pintada o el puercoespín de cola de pincel (Atherurus africanus, ndr)

La naturaleza ha sido muy generosa con los karen, que disfrutan de 208 especies de hortalizas y 62 tipos diferentes de fruta. Pero incluso en una zona árida y propensa a la sequía como la habitada por las tribus masai de Kenia, están documentadas 35 especies diferentes de hierbas, hortalizas de hoja y frutos silvestres, mientras que en el gélido norte de Canadá, los inuit (esquimales) de la Bahía de Baffin cuentan con 79 alimentos silvestres diferentes, incluyendo carne de caribú y foca anillada.

Cuatro cultivos

En comparación, las dietas en los países occidentales industrializados son mucho más limitadas, dependiendo en gran parte de sólo cuatro cultivos comerciales- trigo, arroz, maíz y soja - a menudo consumidos como alimentos procesados o, a través del pienso, como carne. Más alarmantes si cabe son los cálculos de la FAO según los cuales unas tres cuartas partes de la diversidad genética existente en los cultivos agrícolas se han perdido en el último siglo.

Los alimentos tradicionales no sólo saben bien en general, si no que a menudo contienen elevados porcentajes de micronutrientes. En Mand, una aldea de la isla Micronesia de Pohnpei, el Utin Llap, una de las 26 variedades locales de bananas contiene elevadas cantidades de beta-caroteno, más eficaz para combatir la carencia de vitamina A que cualquier preparado farmacéutico.

De los 12 grupos indígenas estudiados en el libro, el porcentaje de energía alimentaria adulta procedente de alimentos tradicionales oscilaba entre el 93 por ciento de los awajún de Perú, entre los cuales la obesidad es prácticamente inexistente, y el 27 por ciento de los 500 habitantes de Mand, que actualmente se enfrentan a una serie de problemas de salud derivados de su dieta.

Desordenes alimentarios

"Pasar de los recursos alimentarios tradicionales a alimentos comerciales viene generalmente acompañado de un aumento de desórdenes alimentarios como la obesidad, la diabetes y hipertensión arterial", afirma Burlingame.

Por tanto, es importante conservar estos recursos, no sólo para los grupos indígenas afectados, sino también como una importante reserva de biodiversidad para todos los países. Un primer paso, apunta Burlingame, sería intensificar la investigación para comprender mejor la importancia nutricional de estos alimentos. Los pueblos indígenas se enorgullecen de sus alimentos cuando son conocedores de lo únicos y beneficiosos que pueden ser. Un segundo paso consistiría en ayudarles a ampliar el mercado, a nivel local y lugares más lejanos, no sólo para la producción alimentaria sino también para las plantas medicinales que a menudo poseen en abundancia.

Pero algo de esto podría estar ya sucediendo. Entre los inuit, que han desarrollado el gusto por la pizza congelada, los espaguetis y los refrescos carbonatados, el 31 por ciento de su energía total procedía, hace diez años, de fuentes alimentarias tradicionales, mientras que en 2006 este porcentaje había aumentado hasta el 41 por ciento. Esto demuestra la vuelta a la tradición.

Y podría suceder que, en un futuro no muy lejano, las opciones para salir a cenar no se limitarán a la clásica elección entre cocina étnica o nacional, sino que incluirán una nueva alternativa: "?Qué tal si tomamos algo indígena esta noche?".

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