Actualidad Étnica, Ciudad de Guatemala, 24/07/2007. A fines de mayo pasado, Rigoberta Menchú fue proclamada candidata a la presidencia por el partido Encuentro por Guatemala (EG). En su discurso, la Premio Nobel de la Paz sorprendió cuando habló de la necesidad de implementar una política de expropiación de tierras. El desconcierto fue generalizado. Incluso para sus compañeros de equipo que, al ser interrogados sobre la posibilidad de una reforma agraria, afirmaron que ese tema aún no se había discutido.
Diez días después, en un foro organizado por el sector privado, Menchú declaró que su propuesta era la de una economía social de mercado y que la expropiación sólo se refería a las tierras que presentaran irregularidades. A pesar de la aclaración, el contradictorio mensaje caló hondo en la opinión pública que no sabe aún cómo será su proyecto político.
Ya de por sí, Menchú es un personaje complejo. Un pasado que la vincula con la guerrilla guatemalteca y un Nobel que la acredita como “un símbolo viviente de paz y reconciliación”. Una incursión en el negocio de Farmacias Similares que la relaciona con el mundo empresarial y una trayectoria que la posiciona como defensora de los pueblos “mayas”.
Contradicciones o no, su participación demuestra una realidad más importante: El ambiente de tensión y violencia que sufrió Guatemala durante 36 años está superado. “Sólo el hecho de que ella pueda concurrir en un proceso electoral, sin que nadie se oponga, es síntoma de una situación de descongestionamiento en la historia política del país”, señala el historiador Carlos Sabino, autor del libro Guatemala, la historia silenciada (1944-1980).
Probablemente, 10 años atrás, los estragos del conflicto armado habrían estado muy frescos y el espacio político para las minorías, muy cerrado.
Aun así, cabe preguntarse cuál de sus roles pesará más a la hora de definir esta nueva fase política. Hasta el momento, Menchú se ha presentado como una candidata de toda la sociedad guatemalteca. No de los indígenas. No de las mujeres. No de la izquierda. No sólo porque ninguno de estos grupos pesa lo suficiente como para asegurarle la presidencia, sino porque su proyecto es “multicultural y pluriétnico”. Por eso, Menchú y su incipiente movimiento político, Winaq, optaron por unir fuerzas con EG, un partido joven, “tolerante e incluyente”, según lo define su fundadora, Nineth Montenegro.
Sin embargo, conforme la Premio Nobel ha ido integrando sus distintas facetas en un programa político, su imagen ha perdido fuerza y su discurso, coherencia. Según la última encuesta electoral, realizada en mayo por la agencia Vox Latina para el diario guatemalteco Prensa Libre, Menchú alcanza apenas un 2.9 por ciento de intención de voto, lo que la ubica en la cuarta posición de la contienda.
Entre la población indígena, los números tampoco fueron alentadores: Apenas un 3.3 por ciento hubiera apoyado a Menchú si las elecciones hubieran sido en mayo.
Para el analista político guatemalteco Francisco Beltranena estas cifras destruyen el mito que sostenía que, en un país donde el 60 por ciento de la población es indígena, un candidato indígena arrasaría en las elecciones presidenciales. “En la medida en que nuestra vida democrática ha crecido, alejándose de los fundamentalismos del conflicto armado, el modelo político se ha separado de los elementos religiosos, étnicos y culturales”, explica.
El despegue
De ahí que la candidatura de Menchú destapara otra realidad: La izquierda guatemalteca está fragmentada, si no, agonizante. Ella misma procuró desligar su propuesta de los movimientos radicales.
En este sentido, la alianza con EG supuso, además de un respaldo político sólido, una respuesta a lo que mucha gente se preguntaba desde que las aspiraciones políticas de Menchú se hicieran públicas: ¿sería esta mujer, de origen k'iche', una versión centroamericana del presidente de Bolivia Evo Morales?
A su modo muy diplomático, Menchú dijo que no. Ya lo había hecho antes, al excusarse de participar en la III Cumbre Indígena Continental, celebrada en marzo en Guatemala, en la que se esperaba la visita del mandatario boliviano. Esto no quita que Menchú admitiera, en repetidas ocasiones, que respetaba y admiraba a su “hermano” boliviano. Pero una cosa es respetarlo y otra muy distinta querer vincular su proyecto con los postulados del Movimiento al Socialismo (MAS).
Además, ser indígena no equivale a tener representatividad étnica. Basta con observar la composición demográfica del país: Mientras que en Bolivia existen dos grupos indígenas predominantes que comparten la misma lengua, en los 13 millones de habitantes de Guatemala hay 23 etnias indígenas que hablan diferentes lenguas y que, en la mayoría de los casos, usan el español para entenderse.
Tomado de: Plaza Publica www.plazapublica.org 16/07/2007.