Por: Héctor Pineda S. *

La disyuntiva entre minería o territorio,  una y otra vez, la escuché en el Encuentro Nacional de “Territorio, Ambiente, Productividad y Minería”, convocado por el Consejo Regional  Indígena del Cauca – CRIC –, el pasado fin de semana, en medio del olor del humo de la leña quemada, el aroma de café endulzado con panela, escuchando el canto de las aves de monte, en una meseta de tierra roja pisada, sobre la cual se levantaba un galpón descomunal de estructura de cerchas y columnas de Guadua y techumbre metálica de zinc, apenas unos metros de trocha en el desvío de la vía Panamericana que permite el ingreso al Resguardo de La María, Municipio de Piendamó, en el Departamento del Cauca.

Se ingresa al Resguardo al sobrepasar el control de la “Guardia Indígena”, que portan en sus manos los “Bastones de Mando”,  adornados con incrustaciones de anillos metálicos, cintas multicolores y borlas de lana, símbolo de autoridad. Como se recuerda, han desterrado de sus territorios a los actores armados ilegales,  ejerciendo su propio y pacífica autoridad. Después del interrogatorio sobre nuestra procedencia  y de recibir la respectiva acreditación, tropezando con el saludo de viejas amistades,  llegamos al sitio del Encuentro, atestado por los humores y voces de cientos de representantes (hombres, mujeres, jóvenes, en compañía de niños)  de las comunidades indígenas, discerniendo con vehemencia sobre las esencias para la “construcción de una “Nueva Nación”, buscando consensos para la realización de acciones “de resistencia en defensa de la Madre Tierra”.

Organizados en comisiones, sentados en círculos de sillas plásticas, bajo el sol inclemente o las punzadas de una lluvia fina y pasajera, se habló de la “Madre Tierra”, agredida con la explotación, legal e ilegal, de la minería a gran escala. Se escucharon las advertencias sobre los desastres que producen a la naturaleza, en especial a los recursos hídricos y a las tierras productoras de alimento, la explotación minera. “La llamada locomotora de la minería que promueve el Gobierno Nacional es la muerte para la Madre Tierra”, afirmaron voces de autoridades y líderes indígenas, afros y campesinos. “La minería, grande o pequeña, no es compatible con la sostenibilidad territorial”, dijo alguien en lengua.

Desde las tierras de Nariño, en la voz firme de una mujer,  denunció los estragos que ocasionan los enjambres de mariposas blancas, manipuladas genéticamente para resistir  a los venenos, que  fueron liberadas por las autoridades nacionales y extranjeras que erradican los sembrados de Coca, y están devorando los cultivos de “pancoger”, condenado a la hambruna a las comunidades indígenas y campesinas. Se dijo que la desviación del cauce del  río Ranchería (para la expansión de la explotación minera a gran escala y cielo abierto), en el territorio de las comunidades Wayuu, en La Guajira, es condenar a morir de sed el territorio de la península.

También, se habló sobre varias experiencias exitosas de “resistencia” como las emprendidas en la defensa del agua y la vida y de rechazo a la explotación minera en el vientre del páramo de San Turbán, en Santander. “La corrupción de las autoridades ambientales y mineras, que autorizan licencias para la exploración y la explotación minera, es inhumana y criminal”, se denunció.

Se invocó el legado de Manuel Quintín Lame, líder espiritual de la lucha de resistencia contra las agresiones de los colonizadores. “Atravesar  palos a las ruedas de la locomotora minera”, fue anunciado. Se advirtió sobre la manipulación de las “consultas previas” y el “derecho de prelación”. Hubo quienes porfiaron proponer en exigir el reconocimiento como “Autoridad Ambiental Indígena” y, para el mes de junio,  está previsto el “despertar de la Minga”. Inevitable, allí, los recuerdos de abril por esas tierras con el M-19.

*Constituyente de 1991

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