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Por Guillermo Segovia Mora

Observando la prolija publicidad de los últimos meses sobre atractivos proyectos urbanísticos como DF Bacatá en la Av. Calle 19, la Torre del Bicentenario, frente al Parque de los Periodistas, ambos multipropósito de inversión privada, o las ya casi terminadas troncales de Transmilenio por la Carrera Décima y la Avenida El Dorado (Av. Calle 26) -accidentado proyecto público para la movilidad, se podría decir que la deseada, necesaria y lenta recuperación del centro de la ciudad capital comienza a ser una realidad. Y, en parte, mirada desde la lógica del cemento y el concreto, ya lo es. Lo que no se puede predicar de temas como la seguridad, la convivencia, la tranquilidad y la cultura ciudadana.

El centro ampliado de la ciudad huele a miados y a mierda. Basta atravesar la Carrera 30, por debajo de los puentes de la Avenida El Dorado para atosigarse con la exhalación nauseabunda de los muros donde decenas de indigentes descargan sus apuros. Qué decir de los alrededores de la Plazoleta de Las Nieves (Plaza Eduardo Umaña Mendoza, según Acuerdo Distrital) o de la cuadra en ruinas que espera un nuevo centro comercial, enigmáticamente aplazado, entre calles 19 y 18 y careras 7ª Y 8ª, donde vagabundos y alcohólicos han  erigido una letrina a la vista y para el desagrado de transeúntes que, temprano en las mañanas, presurosos esquivan túmulos de excrementos, apretando la nariz con las manos para eludir el hedor de la miasma.

La otrora Av. Ciudad de Lima y la tradicional Av. Jiménez, desde su comienzo en las faldas de Monserrate, así como las carreras 7ª y 10ª,  presentan un deplorable espectáculo de entes andrajosos que acechan al paso atolondrado de estudiantes y turistas, algunas veces amenazados con puñaletas y piedras si no se meten la mano al bolsillo para sostener el vicio de unos seres que en él encuentran el “alivio” que sus familias y la sociedad les negaron. La acera norte de la 19 con 8ª no resiste más tarjeteros de puteaderos de mala muerte y la sur de ópticas de cuestionable idoneidad. De noche, todo el sector huele a frituras con sospechosos y repelentes aromas.

Abordar un bus en cualquier lugar del centro es adentrase en el más estrambótico mercado ambulante del mundo, ejercido con dignidad por gente que se rebusca la vida vendiendo dulces, esferos, dijes, sahumerios, cuentos, mapas; cantando, rapeando, declamando, contando historias; o atorrantes hediondos que presionan con palo o un chuzo para que les den “la moneda”. Uno tras otro, suben y bajan con la consabida retahíla: prefiero pedir y no robar…mi dios se lo bendiga. Los pasajeros, hastiados, solo atinan a decir:- ¡Ay, otra vez!

En el del Bronx y Cincohuecos, en Los Mártires, a una cuadra de un batallón del ejército y a dos de la sede de la policía, cientos de zombis malvivientes se atosigan de bazuco. En la calle 22, de la Av. Caracas hacia abajo, una  pasarela diurna de gays, travestis y prostitutas trasnochadas y desaliñadas agrede la vista de las familias que   transitan hacia el centro. La venta de celulares robados a cielo abierto más grande del mundo se ubica por la Jiménez con Carrera 18. Ventas ambulantes de insalubres  chorizos, chicharrones y pizzas y maletines, medias y chaquetas y cds, dvds y libros piratas  copan las aceras de las carreras 10ª y 7ª, por entre las que saltan a prisa los peatones mientras  la humareda tóxica de cientos de buses, que afortunadamente saldrán pronto de circulación, sacude los pulmones.

El centro da pena y hay que hacer algo. La Administración Distrital y las entidades que se crearon para liderar el proceso de recuperación del casco histórico y sus alrededores deben iniciar de inmediato, a la par con la construcción de las ostentosas moles comerciales y habitacionales, una estrategia de seguridad, convivencia y cultura ciudadana que devuelva la dignidad a lugares emblemáticos de la identidad de la ciudad y del país, y garantice un ambiente propicio para el trasegar cotidiano de los bogotanos y extranjeros. De lo contrario, como dijo un diputado paisa, en su caso para una desafortunada metáfora: sería como perfumar un bollo.

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