Por Mario Serrato
“En este escenario surge la figura de Feliciano Valencia a quienes unos acusan de guerrillero, otros de paramilitar, los de allá de narcotraficante y los más fanáticos de traidor a la patria”.
En recientes actividades de los indígenas del Cauca se presentaron hechos de violencia que en cualquier circunstancia y en todo momento resultan censurables. Los militares que hacen presencia en los resguardos indígenas del Cauca desarrollan actividades de vigilancia y control en los que involucran a los indígenas sin importarles que tales estrategias los convierten en actores armados y por tanto en objetivos militares de los violentos que hacen presencia en la zona.
Narcotráfico, guerrilla, militares, bandas criminales y delincuencia común, constituyen el aporte de la historia y de los gobiernos a los indígenas en sus resguardos en donde alguna vez fueron personas dignas y respetables, después esclavos de hacendados españolizados, y ahora último, objetivos militares de poca importancia.
Los indígenas del Cauca en 1971 decidieron organizarse y crearon el Consejo Indígena Regional del Cauca, instrumento mediante el cual empezaron a recoger su historia, el poco de dignidad que les quedaba, el derecho a la autonomía y sobre todo a la cultura. Por esta última consiguieron reconocer la existencia de elementos de convivencia social propios, con lo que recuperaron y fortalecieron instituciones jurídicas mucho más eficientes en la búsqueda y consecución de la justicia, que aquellas soportadas en Roma y la tradición de occidente.
En su forcejeo por el derecho a la autonomía, derecho por el cual pagaron con muertos su osadía, han sido atacados por diferentes grupos. El terrateniente con nostalgias esclavistas, el guerrillero que considera a los grupos indígenas masa de la revolución, el político que les exige reconocimiento por sus gestiones con el patrimonio público, el militar que los considera deudores de la patria y el narcotraficante que los mira como escudo para su negocio de muerte. A ninguno de ellos les conviene la autonomía de los grupos étnicos y se esfuerzan por evitarla.
En este escenario surge la figura de Feliciano Valencia a quienes unos acusan de guerrillero, otros de paramilitar, los de allá de narcotraficante y los más fanáticos de traidor a la patria. Feliciano y los NASA, en un acto legítimo de autonomía jurisdiccional, deciden castigar de manera ejemplar y simbólica a un soldado infiltrado que pretendía instrumentalizar a los indígenas en la guerra. El castigo: varios latigazos y el rechazo de la comunidad. A Feliciano le preguntaron ¿por qué pretenden sacar a los soldados de los resguardos? y él contestó " -Es que nosotros no los estamos sacando, lo que estamos diciendo es que no nos militaricen la vida, no se metan en medio de la población civil, no se metan en las casas, no utilicen a la gente, no se tomen los sitios sagrados, no se queden a vivir de manera indefinida como lo están haciendo en la torre Berlín, violentando sitios sagrados-.".
El castigo al soldado fue considerado salvaje por lo que las autoridades iniciaron en su contra una investigación penal. Proceso que emana de las entrañas de un sistema judicial al que recientemente le cerraron las cárceles por inhumanas. En las que la tercera parte de su población reclusa presenta problemas mentales que nadie atiende y en las que el hacinamiento llega a extremos de novela. En pocas palabras: un sistema de castigo preñado de autoridad moral.
Un día las naciones del planeta tipificaran el delito de involucramiento en la guerra, y una vez más recibiremos de los indígenas un aporte civilizador a nuestra cultura y sistema penal. Mientras, continuaremos viviendo en la doble moral de un sistema que se resiste a admitir sus equivocaciones institucionales y persiste en negar el derecho a la autonomía de los indígenas. Sin embargo Feliciano Valencia continuará con las bandereas izadas indicándonos el camino de una paz duradera, en la que ninguna persona sea llamada a la guerra y en el que nadie tenga el derecho de castigar a quien no desea matar.