PlebiscitoHoracio Duque.

La campaña del plebiscito quedara inmersa en un agudo conflicto entre el SI y el No por la paz, la democracia ampliada y la apertura democrática.


Serán cinco meses, después de que se firme el Acuerdo final de paz, de intensa agitación y confrontación con los promotores de la guerra y la violencia, hasta que se realicen las votaciones que convoque el Consejo Nacional Electoral.

La disputa entre el SI y el No en el Plebiscito por la paz, es el reflejo del conflicto político en que se mueve el proceso de paz con las Farc.

El SI a la paz es la defensa de cada uno de los consensos alcanzados en la Mesa de diálogos para poner fin al conflicto armado.

El NO representa el rechazo a la paz y una postura absurda que asume la violencia y el ultraje como práctica política consuetudinaria.

Mal puede plantearse un ficticio postconflicto desconociendo el potencial del conflicto y la controversia.

En la campaña plebiscitaria, que debe darse una vez se firme un Acuerdo final, que aún tiene muchos temas pendientes por lo que la fecha de las votaciones no se ve tan cercana, asumiremos la noción de campo de conflicto como el lugar en que se dirime la disputa por el poder y donde se constituyen los sujetos comprometidos con la paz.

La apertura democrática que ha conquistado la resistencia agraria y popular representada en las Farc, en las conversaciones de paz y la democracia ampliada que se ha diseñado busca la profundización del campo de la política, la consolidación de los derechos civiles y la construcción de ciudadanía por medio de innovaciones en la relación entre Estado y sociedad, así como  una (re)politización de los conflictos y su (re)significación en el campo político, al mismo tiempo establecer sus  limitaciones que residen en la naturaleza limitada y fragmentaria de tal articulación.

La verdad es que, en la convocatoria y realización del Plebiscito, la política y la lucha por el poder involucran una disputa sobre el conjunto de significaciones culturales, y el cuestionamiento a las prácticas dominantes relacionadas tanto con los universos simbólicos como con la redistribución de los recursos.

Remite a la constitución de Elementos para (re)pensar el campo político nacional y a una nueva gramática social capaz de cambiar las relaciones de clase, género, de raza, de etnia y la apropiación privada de los recursos públicos.

Los múltiples sujetos alternativos que están emergiendo con la paz se conforman en el campo político como movimientos sociales contestatarios, anclados en la exclusión, la opresión y la marginación, y con la tarea de deconstruir el orden  vigente y generar uno nuevo en el ciclo que está en curso. En principio son personeros de reivindicaciones particulares y diferenciadas pero pasan a  interpelar a actores colectivos afines que pueden devenir en una situación estratégica o en su caso en un momento constitutivo que es el destino inexorable del Plebiscito, en la medida en que se supere el dogmatismo y el oportunismo de ciertas fichas.

Así, pues, el conflicto aparece no sólo como un elemento indispensable de la vida social (por la presencia inevitable del antagonismo) sino que puede tener un aspecto funcional y positivo. El conflicto es, en este sentido, una forma de socialización, ya que es una forma de relación que evita el dualismo, la separación. La unidad nunca es armónica, siempre presenta elementos de oposición y de vinculación, de atracción y de repulsión, según la experiencia histórica.

En esta reflexión, a propósito del Plebiscito, identificamos el concepto de campo de conflicto como operador metodológico.

En primer lugar, para discernir entre los conflictos de carácter estructural o hegemónico que implican situaciones de crisis estatal y conllevan la posibilidad de una transformación de las relaciones de poder, de aquellos corporativos o meramente coyunturales cuyo impacto y alcances son limitados, y no afectan a la estructura del poder.

En segundo lugar, porque el campo de conflicto constituye sujetos, en episodios de conflictividad los sujetos se agregan, articulan, construyen discursos, pueden cambiar la cualidad y el alcance de la acción colectiva, en tanto que en situaciones históricas en que no existe conflictividad o ésta se reduce a cuestiones puntuales, los sujetos colectivos tienden a inhibirse e incluso a desaparecer. Ello permite abordar a los movimientos sociales y políticos en su multiplicidad y variabilidad, en sus desplazamientos entre los diversos ámbitos del sistema y del campo político; por eso su identidad no es una esencia sino el resultado de intercambios, negociaciones, decisiones y conflictos entre los diversos actores inmersos en la dinámica política de la apertura democrática y la concreción del plebiscito.

En esos términos, metodológicamente existe la necesidad de desplazarse del ámbito político–institucional y ubicarse en el espacio de las relaciones, articulaciones y tránsitos entre Estado y sociedad civil, donde se dirime la disputa entre los proyectos hegemónicos, cambiando el enfoque de la democracia, tradicionalmente situada en el análisis del sistema político y sus relaciones.

En este ámbito así definido, el recurso fundamental que circula en el sistema social es el de la información. Reducimos la incertidumbre produciendo informaciones y nuestras decisiones modifican continuamente aquellas informaciones disponibles. Es lo que realza la pedagogía de paz y la creación de un sistema de información más abierto, que trascienda la maquinaria conservadora de los medios de comunicación instalados por las elites dominantes, tanto a nivel nacional como regional.

Colombia, una sociedad compleja.

Avanzando más en esta reflexión, hay que decir que Colombia es hoy, en la actual transición, una sociedad  moderna, compleja, no ajena al conflicto.

Pero hay que agregar, recogiendo a Melucci[1], que se trata de conflictos sociales emergentes en la sociedad compleja, que son conflictos sociales discontinuos, en relación con la tradición de la sociedad capitalista industrial.

 Se trata de conflictos, plantea, cuyo núcleo se centra en los recursos de información [2], en la manera en que los recursos se producen, se distribuyen para los sujetos y en cómo el poder y el control se ejercen en la sociedad.

En esos conflictos, se oponen, por un lado, grupos sociales que reivindican la autonomía de su capacidad de producir el sentido para su actuación, para su identidad, para su proyecto de vida, para sus decisiones, y por el otro, aparatos siempre más neutros, siempre más impersonales, que distribuyen códigos de lenguaje, códigos de la forma de organización del conocimiento que son impuestos a los individuos y a los grupos, que organizan su comportamiento, sus preferencias y su modo de pensar, propone Melucci en el texto citado. Entonces esos conflictos son los que por su naturaleza tienen características poco comparables con la tradición de los conflictos característicos de la sociedad industrial, por una razón muy evidente: los conflictos de la sociedad industrial son los que se desarrollan en el ámbito de categorías sociales que son categorías definidas por su colocación en la estructura productiva.

Los conflictos de ciudadanía y democracia.

En los casos de conflictos de ciudadanía y democracia, como los que presenciamos hoy, con ocasión de la paz y el Plebiscito, los actores se definen a partir de categorías sociales por su relación con el Estado y con un sistema político, y se miden en un grado de inclusión/exclusión respecto a este sistema de referencia.

En primer lugar, los actores son categorías sociales. En segundo lugar, la acción tiene siempre como contrapartida un sujeto históricamente bien identificado, ya sea que se trata de la clase dominante, contrapuesta, o del Estado con el cual el actor interactúa para obtener la inclusión. Las formas de acción también tienden a modificar las relaciones de fuerza de estos sujetos contrapuestos, pues al disminuirse el poder de la otra clase, se conquista un control mayor sobre los medios de producción, de la vida y el poder político. Cuando se adquiere ciudadanía y derechos civiles, se amplía el espacio que el Estado pone a disposición de ciertas categorías sociales.

Las formas de acción son de masas que tienden a modificar la correlación de fuerzas del sistema social, es la tesis del autor citado.

Las características de los conflictos de democracia.

Los conflictos de los cuales estamos hablando, sostiene Melucci, presentan características muy diversas.

 Primero, los actores son individuos o grupos que se caracterizan por disponer de cierta cantidad de recursos de autonomía. Son aquellos actores investidos con la información intensa de la sociedad, porque poseen esa capacidad de autonomía. Al mismo tiempo, son quienes están sometidos más indirectamente a los procesos de manipulación de las motivaciones del sentido. En primer lugar, esos sujetos no se identifican sólo porque pertenecen a una categoría social, sino también por su oposición al sistema, en cuanto red informativa. Al hacer un análisis empírico se establecen vínculos y se pueden reintroducir categorías sociológicas de reconocimiento y de identificación. Pero desde el punto de vista de los actores, son potencialmente individuos, porque cada uno dentro de un sistema complejo debe funcionar de este modo. Potencialmente los actores son individuos, entonces nos encontramos en una situación paradójica, en la que el conflicto social tiene como actores a los individuos, dice Melucci.

En segundo lugar, al contrario, aquellos a quienes se oponen son siempre más bien aparatos neutros, impersonales, legitimados comúnmente por la racionalidad científica, la racionalidad técnica. Las categorías sociales en juego son más difíciles de reconocer de modo sistemático y estable porque todos, en cierto sentido y, en algunas de nuestras funciones sociales, somos detentadores de un poder y modelamos los códigos con los cuales el conocimiento se distribuye. Los interlocutores, en contrapartida, no son estables, no son categorías identificables sociológicamente de modo muy permanente pues es mucho más difícil simbolizar a los interlocutores del conflicto.

En fin, las formas de acción que vuelven explícitos estos conflictos son formas de acción diferentes de aquellas de la sociedad industrial, porque el conflicto se manifiesta cada vez que un código dominante es cuestionado, en este caso la exclusión y la violencia.

El problema que se plantea aquí es naturalmente muy delicado, porque si la característica de discontinuidad de los conflictos contemporáneos se tomara seriamente como hipótesis de lectura de algunos conflictos que han surgido en nuestra sociedad, el problema que se vuelve inmediatamente importante es: ¿cómo se articulan esos conflictos con el resto de la sociedad social, en la cual continúan existiendo conflictos con el resto de la realidad social, en la cual continúan existiendo conflictos de tipo más tradicional, en donde permanecen continuos los procesos de exclusión de categorías sociales y de grupos, los procesos de acceso a los recursos mínimos de supervivencia, no favoreciendo el acceso al derecho fundamental de la ciudadanía?, se pregunta Melucci.

Cuestionar el código de manipulación.

La eficacia de la acción política en estas circunstancias consiste en el cuestionamiento del código en su naturaleza de instrumento de manipulación. En una situación donde el poder se ejerce sobre los códigos es suficiente que éstos se vuelvan públicos: como en la famosa fábula del “Rey”, cuando el niño dice que el “rey está desnudo”, esto es suficiente para hacer caer al poder.

Cuando el código que estaba implícito se vuelve público, puede ser modificado, apropiado por otros, redistribuido de otras formas.

Mediante las reglas normales del juego, como las que se instalaran por los núcleos del poder con ocasión del plebiscito y las que demandaran los grupos emergentes, de las cuales nosotros muchas veces ni nos damos cuenta, se afirman formas de poder, de control, de dominio que reeducan la autonomía de los sujetos y vinculan sus decisiones, etcétera.

Códigos y espacio público.

La visibilidad de los conflictos en torno a los códigos que organizan la vida, sostiene Melucci, el pensamiento y afecto de las personas, depende del espacio público disponible. Como el terreno sociológico en el cual el conflicto se forma es aquel de la experiencia cotidiana de las personas, su visibilidad social depende de la disponibilidad de un espacio público, en el cual esos procesos pueden volverse visibles para todos.

La democracia es la presencia de un espacio público garantizado por reglas y por derechos. Es una condición fundamental para que estos conflictos puedan surgir.

La eficacia de estos conflictos, está en el hecho de que surjan y, en el momento en que aparecen, ya lograron su objetivo. Cuando se vuelven visibles, está realizada su función. De aquí en adelante se plantea un problema de institucionalización, un problema de transformación de estas cuestiones en políticas sociales, políticas de género, estrategias de convivencia, políticas ambientales, políticas de salud, de igualdad, esferas en las que se traducen las cuestiones conflictivas en sí mismas en la forma de decisiones políticas. Estas naturalmente no agotan nunca los conflictos sino que los organizan en formas tratables, pues el conflicto está destinado a reaparecer en cualquier otra parte, porque la cuestión de género, las de violencia o la cuestión ambiental no se resuelven con políticas de igualdad o de cuotas, con acuerdos de paz de papel o con la política ambiental. Asimismo, no se eliminan por definición, porque el problema que está en juego es sistémico y seguirá manifestándose en un sistema complejo de otra manera. Las relaciones entre hombres y mujeres, las de convivencia o las diferencias culturales son problemas permanentes en un sistema complejo.

Conclusión.

Concluyendo, sugiere Melucci, la perspectiva que se introduce con este esquema de análisis, renuncia a la idea de una solución final de los conflictos, de llegar a una especie de punto en el cual la sociedad se vuelve completamente transparente a sí misma, reflejándose perfectamente en sus relaciones.

Ese ha sido un gran mito de la sociedad industrial.

Lo que debemos esperar es una sociedad plagada de conflictos, en las cuales éstos se volverán parte vital del tejido social en condiciones que les permitan moverse dentro de sistemas que garanticen las reglas del juego, que les impidan transformarse en violencia y en disolución del sistema social.

Esa la naturaleza del conflicto planteado por la disputa entre el SI y el No en el Plebiscito.

Leer tambien Plebiscito y Régimen de Verdad

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[1] Este análisis sobre la vigencia objetiva del conflicto se apoya en las tesis de Melucci incluidas en el texto que registramos en el siguiente enlace electrónico http://bit.ly/29QnV2Q

[2] Al respecto del papel de la información en la estructuración y deconstrucción de la sociedad,  sugiero leer el siguiente texto sobre el pensamiento de Niklas Lhumann en el siguiente enlace electrónico http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=199518706003

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