Carta a los Choznos

Para los nietos de mis nietos, en algún lugar protegido y feliz del planeta tierra.

Queridos míos:.

Nuestros viejos escribieron en las piedras mensajes que nos hablan de cuando la tierra era niña. En los ríos más antiguos, manos milenarias dejaron mensajes en las primeras rocas, sobre esas rocas, que tienen millones de años, se fue trepando el continente como un mico sobre las copas de los árboles.

Hoy escribo un correo electrónico, que sólo sobrevivirá por tu lectura, nieto de mis nietos, a quien hoy envío este mensaje. Sobrevivirá a la maraña de mensajes -dicen que son millones-,  que a diario intercambian amores, pesares y negocios en un tiempo en el cual la humanidad está en capacidad de comunicarse toda ella y destruirse toda ella.

Mando palabras, que son fuerza para los hijos de la tierra. En este siglo XXI hay gentes que nunca supieron que eran hijos del maíz y de la quinua, de la sal y de la arena. Son personas, lo sé por su sufrir y por su búsqueda, como la de un siervo que ha perdido la manada. Pero parecen haber salido de la nada. Arrojan a los ríos sus desechos y compran cuanto comen, cuanto desean, incluso cuanto aman.

Los hijos de la tierra estamos heridos. Nuestra raíz resiste una fuerza que trata de sacarnos de nuestro lugar que es la tierra misma. Unos que nadie conoce, están clasificando nuestras semillas y adueñándose de los minerales. Otros, que casi todos conocemos, les hacen el juego y los dejan destrozar nuestra casa como invitados malos que no respetan a sus anfitriones. El útero de la tierra, en donde reposa toda la diversidad y la vida, tiene ese cáncer que se multiplica. En las mesas el alimento escaso en calidad y en diversidad, no es capaz de nutrir el cuerpo pero es capaz de empobrecer el alma.

Si hoy tu alimento es sano es porque la humanidad logró salvar su esencia. Los frutos deben tener el sabor del agua fresca. Cuando te escribo, cada fresa, hermosa, grande y roja como el sol que besa el mar, tiene trece tipos distintos de agroquímicos y venenos letales para el ser humano. Uno le da el sabor dulce, pero todos son indigeribles por el cuerpo.

Si hoy puedes sembrar tus propias semillas, es porque la humanidad salvó su sustancia. Tus manos estarán sembrando sin egoísmo y esperan una cosecha para compartir. Mientras te escribo las simientes han sido transformadas genéticamente para adueñarse de ellas.  Millones de personas mueren de hambre mientras toneladas de alimentos terminan en los basureros y los campesinos acuden a las tiendas a comprar qué sembrar y a buscar qué comer.

Si hoy juegas en el río y disfrutas de una pesca fresca y de un paisaje que endulza la vista y da placer a tu corazón,  es porque la humanidad salvó su alma. Podrás acordarte que el 80% de tu cuerpo es agua y que es agua la nube que viene a despertar la mañana. Mientras te escribo un río se está secando y los páramos están amenazados, pues el oro que guardan en las entrañas atrae empresas que esperan acabar con ellos para llevarse lejos el tesoro. Ellos esperan huir con nuestra riqueza para vivir tranquilos, en medio de una naturaleza limpia, en otros países en donde hacer esto ya es prohibido.

Si hoy te despierta un beso suave y te esperan los abrazos de los amigos y de los hermanos, es porque está a  salvo la vida. Hoy en los laboratorios buscan la máquina perfecta, le construyen con circuitos ojos falsos y tratan de infundirles el don maravilloso de ver.  Tratan de que haga algo que parece imposible: que ría. Buscan desesperadamente  ecuaciones que copien el paso humano y logran que suba tres escalones ante el aplauso maravillado de quienes los han hecho por miles de años y parecen no darse cuenta. Hoy, tienes que creerlo, los hombres están tratando de inventarse seres de metal y plástico, que no tengan espíritu ni fuerza vital.  

Escribí este mail para ti, nieto de mi nieto, que habrás nacido cuando el siglo XXI haya acabado. Si estás leyendo estas líneas es porque la humanidad habrá pasado el tiempo más oscuro de los 300 mil años como especie y podrás seguir luchando por la vida de la que somos hijos y nietos y choznos. Esa vida tiene por lo menos cuatro mil millones de años, como las rocas del río Inírida, no es posible que en un siglo nuestra especie haya sido capaz de acabarla.

 

Luis Evelis Andrade Casamá[2]

Bakatá – Colombia, enero 11 de 2014

 


[1] Descendiente en línea directa en cuarto grado, es decir, prole del tataranieto o tataranieta.

[2] Indígena del Pueblo Embera – Colombia

Consejero Mayor de la Organización Nacional Indígena ONIC por nueve años.
Presidente del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe por dos períodos consecutivos.

Director de la Pastoral Indígena de la Diócesis de Quibdó por seis años.

 

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